SABERES AMBIENTALES AFECTIVOS

Si el mundo no es mudo, si existe una la lengua de la tierra que nos habla, nos vocifera y nos murmura, de lo que se trata es de aprender alfabetizarnos en esa lengua. Así entendemos los saberes ambientales: como los saberes ambientales que despiertan en el territorio cuando aprendemos a leer, interpretar, percibir y comprender los mensajes de una tierra parlante.

Los saberes ambientales pueden definirse como aquel entendimiento sensible de esos gestos comunicativos de la tierra expresiva, que se traen a la experiencia de manera pragmática. Hemos aprendido sobre ello de los saberes de los pueblos campesinos e indígenas. Este tipo de saberes están embebidos en los sentidos, en las percepciones, en los afectos. Siguen el principio de que lo bueno, lo que es apropiado para el lugar y para el cuerpo, puede saberse a través de la intensidad de las percepciones del tacto, la vista, el oído, el gusto, el olfato.

El cuerpo sabe, pero para saber es necesario primero conectarse, participar, entrar en un diálogo con los seres de la tierra. Los campesinos y campesinas han aprendido, por ejemplo, que lo que está bien para sus parcelas puede intuirse por medio de su sensibilidad y sensorialidad, de modo que se sabe que las plantas y los animales están bien, porque se percibe y se siente que están bien; y, al contrario, es posible detectar que algo está marchando por mal rumbo, si así lo perciben los propios sentidos.

Es mediante el cuerpo que puede hacerse una lectura del lenguaje de la tierra. Observando, escuchando, sintiendo, los pueblos vernáculos, emprenden una comunicación afectiva con esos otros seres sensibles de la tierra más que humanos, en búsqueda de sus enseñanzas para sostener la vida familiar y comunitaria. En ese diálogo sutil e intenso, el paisaje parlante orienta la acción humana.

Durante milenios, a través de la oralidad y la experiencia directa, los pueblos han confiado en la sensibilidad para dialogar con la naturaleza, interpretar los gestos de la ecología territorial y convertirlos en saberes ambientales pragmáticos.

Es de ese modo como los pueblos, a lo largo de historia coevolutiva, han aprendido, no sin desaciertos y desatinos, a armonizarse con los ciclos de la vida, a acoplarse, a entonarse —encontrar un buen tono, como en la música—, para saber coexistir en este mundo colmado de otros seres sensibles. Interpretando las expresiones de la tierra, trayéndola al pensamiento a través del vehículo del lenguaje, es como los pueblos han entendido cómo crear composiciones técnicas compatibles con las composiciones territoriales tejidas por los encuentros y desencuentros de otras especies.

“Hoy esos saberes resultan fundamentales porque nos enseñan cómo construir procesos mutuamente enriquecedores con la tierra, y nos orienta cómo hacer realidad esa afectividad ambiental tan urgente y tan esquiva en estos tiempos de crisis civilizatoria”.

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