LA CRISIS DE NUESTRO TIEMPO

La crisis ambiental es una crisis de la civilización. No es una crisis de la naturaleza y de sus procesos evolutivos, no es un problema geológico o ecológico, sino una crisis social que se deriva de una manera de habitar, la cual está completamente desentendida de las condiciones que hacen posible la vida en el planeta.

Esta crisis, cuyo correlato más importante es el caos climático, la extinción de la biodiversidad y la contaminación, surge como efecto del pensamiento occidental que ha terminado por cosificar naturaleza y hacerla objeto de dominio y explotación técnica.

La crisis civilizatoria es también una crisis del sentir. Una crisis que anida sus cimientos en nuestro cuerpo: en nuestra sensibilidad, percepciones, emociones y deseos. Nuestra corporalidad ha sido direccionada a sentir de acuerdo con los dictados del mercado, y hemos sido anestesiados, a tal punto, que el dolor de los seres de la tierra no puede sentirse como dolor, pues la naturaleza para la modernidad capitalista, es una simple y despoetizada bodega de recursos muertos e inertes que podrán ser saqueados, explotados y extinguidos sin efecto alguno en la experiencia de nuestro cuerpo.

Nuestros afectos han sido orientados hacia las obsesiones del mercado, pues este sistema que padecemos requiere de la desconexión de nuestros sentimientos para que la destrucción de territorios le sea indiferente a nuestra experiencia emotiva. Una vez la naturaleza se convierte en cosa, en objeto, en recurso disponible para el provecho del sistema económico, la mutilación de la tierra se banaliza y justifica en nombre del progreso, la acumulación y el desarrollo.

Por eso, mucho más que un problema tecnológico o económico, la destrucción planetaria es una amenaza para la supervivencia inscrita en las bases más profundas de nuestro cuerpo: en la intimidad de nuestra piel, en nuestras entrañas, en la intensidad y tonalidad de nuestros afectos.  Esta guerra que le hemos declarado al mundo y a todos sus seres, está corporizada en la incapacidad de sentir con la tierra, en la indiferencia ante la destrucción y en la excesiva afección por los bienes y servicios ofertados por el mercado.

De ahí la inmensa necesidad de desacomodarnos de este sistema de poder que gobierna nuestra sensibilidad; de distanciarnos del modo como el sistema le imprime direccionalidad a lo que puede o no sentirse; y de hacer emerger lo que aquí llamamos una afectividad ambiental.

Este concepto atiende un tema sin el cual es estéril abordar el problema ambiental: la dimensión afectiva, sensible y estética de nuestro estar en el mundo. Partimos de la convicción de que los determinantes de esta crisis más que tecnológicos o económicos, están anidados en nuestro cuerpo: en la manera en cómo sentimos, hablamos, percibimos, conocemos. Todo ello suscita una manera de actuar, de emocionar, de significar, que a su vez crea los modelos tecnológicos y económicos de esta modernidad ecocida, y que, por tanto, están en el corazón de la crisis de nuestro tiempo.

Te invitamos a que navegues las distintas secciones de esta plataforma, veas los videos y realices las actividades sugeridas.