Cuando hablamos de ser humano y naturaleza, pareciese que las personas estuvieramos en un lado y la naturaleza en otro lado.
LA CREENCIA EN EL “YO” SEPARADO Y LA NECESIDAD DE PERCIBIMOS INTERDEPENDIENTES
El origen profundo de la crisis civilizatoria está en el “yo” moderno: la creencia de que el mundo está compuesto de muchos “yoes” separados entre sí —la humanidad compuesta por la suma de sus individuos—, pero separados de los demás, de los otros seres del mundo —el resto: la naturaleza—. Por eso la urgente necesidad de transformar toda oposición entre lo humano y lo no-humano, y encauzarnos hacia una comprensión del mundo en la que nos percibamos en interdependencia, en relacionalidad, en interconexión. Es decir, en lugar de entendernos como “yoes” separados de lo demás, y de partir de dos órdenes separados —lo humano y la naturaleza— comprendernos, desde el principio, habitando entre multiplicidades.
Esto implica repensar lo que llamamos “lo ambiental”. Renunciar a la idea del entorno, como algo que está a nuestro alrededor, y más bien entenderlo como un enredo compuesto de múltiples componentes tanto humanos como no-humanos. El ambiente no es una exterioridad, sino una maraña de senderos de hilos entrelazados; un nudo, un enmarañamiento, en el que, al mismo tiempo, están presentes las plantas, los animales, los minerales, los humanos, el agua, el viento, todos en movimiento, hilachándose y deshilachándose.
Imaginemos que somos una línea de un color, y que esa línea la dibujamos en un papel: es nuestra trayectoria vital. Pero nuestro sendero, se encuentra con el sendero de otras criaturas. Entonces debemos incluir otras líneas, cada una de un color distinto, que representan las sendas de otros seres que han llegado al mismo lugar y tiempo, pero por otros caminos. Si fueramos añadiendo líneas a esa ilustración colorida, poco a poco, la imagen se haría más compleja, puesto que las líneas conformarían un enredijo. Pero ese nudo gordiano es solo provisional, porque las criaturas no se quedan quietas, sino que seguirán sus trayectos: se desenredarán para conformar luego otros nudos. Eso es el “el ambiente”: una trama conformada por hilos de sendas de diversas criaturas que habitan el mismo lugar.
Si partimos de esa comprensión de hilos en la trama de la vida, yendo de un lado para otro, conformando un patrón de líneas entretejidas, ya no podemos pensarnos “afuera”, intentando acceder a “la naturaleza”. No hay como decir dónde termina lo humano y dónde inicia el ambiente. Todo está acá en el mismo lugar, en un tapiz de enmarañamientos.
¿Qué es lo que se endereda y desenreda en estos senderos de movimientos? Cuerpos, cada uno en su diversidad. El cuerpo del agua, el cuerpo de las piedras, el cuerpo de la plantas, nuestro cuerpo humano. Pero esos cuerpos, a su vez, están conformados de otros cuerpos. Pensemos en el nuestro. Creemos que mi cuerpo equivale a mi “yo”, pero si prestamos mayor atención, recordaremos que en nuestra corporalidad está cambiando permanentemente. Mis células no son las mismas que cuando nací y ni siquiera son las mismas de la semana anterior. Del mismo modo, este cuerpo que parece mío, no solo está habitado por mí: aquí, en mi corporalidad, coexisto con 37 mil millones de microorganismos.
Ahora pensemos en el agua que conforma la mayor parte de mi sangre y mis tejidos. Es agua provisional bebida e ingerida con mis alimentos, que ahora hace parte de mí, pero tan solo de manera temporal: pronto la respiraré, la exudaré, la orinaré. Antes de estar acá, en mi cuerpo, fue nube, fue lluvia, fue océando, conformó otros animales, otras plantas, pero también de manera efímera. Y tan pronto abandone mi organismo será de nuevo nieve, río, aguacero, manantial, vapor, plantas, animales. ¿Esa agua es entonces mi “yo”?¿O es filamento que me conecta con la tierra?
Más que cuerpos somos nudos de relaciones, cuerpos entre cuerpos. No somos, intersomos. Nuestra existencia, es un inter-existir, un ser-estando, entre-estando. Somos expresiones de vida, vida dentro de la vida, tutelados por nuestros enredos relacionales. Estamos enmarañados con otros, enredándonos y desenredándonos. Esta visión “lo ambiental” como tramas de encuentros y entrelazamientos, es muy diferente aquella que nos pone afuera, en un lugar privilegiado. Somos criaturas, como todas las demás, inmersas en la maraña de la vida. El ambiente en vez de un escenario pasivo, podemos redefinirlo como el espacio-tiempo dónde acontece la relación entre los seres sensibles. Es un mundo activo en el que cada ser se encuentra enredado conmigo, afectando mis comportamientos, mis emociones, mis percepciones.
¿Cómo pensarlo todo en multiplicidad, en interdependencias, en cuerpos enlazados?
“El problema epistémico de aquello que llamamos “lo ambiental” consiste en entender que no existe separación, divorcio, sino enmarañamiento dinámico, preñez de proliferaciones. Estamos inte-penetrados, involucrados, en la espesa urdimbre de la vida. Somos una expresión que no puede imaginarse al márgen de los demás”.
Actividad
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