Existe una lengua común: la lengua de la tierra
ÉTICA AMBIENTAL
Proponemos una ética ambiental que no esté basada en el seguimiento de normas morales, dictados de comportamiento, o códigos establecidos, sino una ética que sea el resultado de asumir responsablemente nuestra ubicación en el cosmos. Esta ética inicia por el propio cuerpo, y brota como un descubrimiento, primero como descentramiento del “yo”, y luego como un nuevo entendimiento de ser siempre en relación.
¿Por qué ética y no moral?
La ética, tal como la estamos entendiendo, requiere cultivar la empatía ambiental; aprender a través del propio cuerpo cómo interpretar al otro e intuir cómo actuar éticamente. El problema de nuestra civilización, hoy en crisis, es que nos impide tener un contagio empático, y, en general, explorar las emociones que surgen por el hecho de vivir con los otros seres sensibles de la tierra. Es de ese modo como se hace entendible que la naturaleza puede ser percibida como objeto, como recurso disponible, como mercancía o servicio útil: como una cosa que se ubica frente a nosotros en forma de exterioridad.
Lo primero que debemos redescubrir es que la naturaleza no es insensible. Al contrario: todos los seres son sensibles porque somos capaces de percibir y sentir a otros seres. Desde una bacteria a una ballena, pasando a un ecosistema, todos, sin excepción, somos seres sensibles que reaccionamos ante el encuentro con un cuerpo ajeno. Cada expresión de la naturaleza, requiere percibir, conocer y reaccionar afectivamente en relación a los demás, para coordinar comportamientos y acoplarse de forma dinámica.
La empatía ambiental la entendemos como la capacidad de dejarnos afectar, ser tocados en la emoción, gracias a las capacidades sensibles que comparto con todos los demás seres naturales. Mediante la exploración de mis afectos, y mis propios sentidos, es como puedo comprender sensiblemente al otro y reaccionar de manera ética. Pero esto no debe malinterpretarse. No se trata de sentir exactamente lo que siente el otro, ni de ponerme en su lugar. Más bien de aprender a prestar atención a un mundo compartido, en el que yo mismo habito, y a conectarme a través de mis propias emociones con la angustia de los peces ante la falta de oxígeno, el miedo de los árboles ante el ruido de la motosierra o el enojo de la montaña mutilada, no por que hagamos proyecciones sentimentales, sino porque soy capaz de explorar su sensibilidad en mis propios afectos.
La lengua de la tierra
Actividad
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